A principios del siglo XX, el pionero de la publicidad, Claude Hopkins, fue contratado como gerente de publicidad por Swift&Company para promover las ventas de Cotosuet, una mezcla de aceite de semilla de algodón y sebo que se empleaba como sustituto de la manteca de cerdo o la mantequilla para cocinar. Su principal competidor era el producto original de esa categoría llamado Cottolene que había tenido un gran inicio de ventas, algo que Cotosuet no podía imitar.
Hopkins habló con el gerente de publicidad de un detallista que estaba a punto de inaugurar una tienda de departamentos. En el quinto piso, pensaba instalar un departamento de abarrotes con una enorme vitrina con vista a la calle. Hopkins pidió que le concedieran esa vitrina para poner en exhibición “el pastel más grande del mundo”. Dijo: “voy a anunciar el pastel en todos los periódicos. Lo voy a convertir en el tema distintivo de su inauguración”.
La noche de la inauguración, la cantidad de gente era tal que la policía tuvo que cerrar las puertas. Durante la siguiente semana, 105.000 personas subieron por la escalera para ver el pastel, porque era tanta la gente que los ascensores eran insuficientes. Había demostradoras que ofrecían muestras del pastel. Se otorgaron premios a las personas que más cerca estuvieron de acertar el peso exacto del pastel, pero para poder concursar, primero tenían que comprar Cotosuet.
Las ventas se dispararon. Después de eso Hopkins lo repitió, con igual éxito, en muchas ciudades más. Encabezaba un grupo formado por un pastelero, un decorador y cinco demostradoras. Llegaban a ver al principal pastelero de la ciudad y le ofrecían la fama de ser quién horneara el pastel a cambio de que comprara uno o dos camiones de Cotosuet. Luego iban a ver al comerciante más grande de la ciudad y le ofrecían exhibir el pastel en su tienda si compraba un camión de Cotosuet. A todos los lugares a que fue Hopkins, el acontecimiento tuvo un éxito enorme.
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